La esperanza del Remanente

A todos nos preocupa ser el último: el último de la fila, el último de una lista, el último en recibir, el último en hablar, etc… Tenemos la idea de que quien queda al último es una especie de fracasado y esto se ha generado a través de la historia con una mayor cultura de competencia, en la exaltación del “yo”. Pero date cuenta de algo, el orgullo es el que se cuelga las medallas, queremos ser los primeros porque nos hace sentir grandes y al mirarnos grandes nos amamos más. Cuántas veces no hemos escuchado a los deportistas decir: “Estoy orgulloso de lo que logré”.

Ahora, esto de ser el primero y tener un concepto elevado de nosotros mismos no solo es contrario a la Escritura (Mt 20:26-27; Rm 12:3), también es la cara opuesta a lo que representa ser parte del remanente, que son aquellas personas que Dios ha decidido salvar soberanamente sin importar su nacionalidad, origen o contexto, con el único objetivo de que sean ahora parte de Su pueblo.

Este remanente ha sido llamado por Dios desde el principio: con Noé en el diluvio, pasando por los profetas y hasta llegar a Jesús, donde Su sacrificio abrió paso a los gentiles. Este remanente ha sido dejado en el último lugar según el pensamiento del mundo, nadie más está dispuesto al sufrimiento, a las pruebas y rechazo que representa ser fieles a un Rey Eterno.

A lo largo del congruente hilo de salvación podemos estar seguros como lo dice John MacArthur: “…el remanente es siempre la continuación en la historia redentora”. Qué maravilloso, qué gran esperanza debe traernos saber que como parte de este pequeño rebaño, de esta ciudad de fieles formada de muchos pueblos, podemos hallar y caminar por la puerta estrecha y el angosto camino del que habló Jesús (Mt. 7:13-14).

A veces estamos tentados a ver a quienes están en primera fila, a quienes se dejan llevar por los placeres de este mundo y aún así parecen seguir ganando. Pero no dejemos que eso nos engañe, porque Dios ha prometido una y otra vez guardar a los que permanezcan fieles hasta el final (Mt. 10:22, 24:13; Ro. 2:6-7; St. 1:12-13).

Es ahí donde descansa nuestra esperanza, en que aún siendo nosotros lo despreciado de ese mundo, a los ojos del Maestro somos pueblo suyo, hermoso y glorioso que reinará para siempre con Él.

Martín Maquivar|IEC