Consolados para un plan divino

Por: Roberto Reyes

No podremos negar en absoluto que cuando estábamos en aflicción, Dios trajo el consuelo a nuestras vidas, y no podemos negar que si pasamos aflicciones, Él consolará nuestros corazones. ¿Pero por qué la aflicción? Si buscamos conocer la bondad de Dios, lo veremos con mayor claridad en medio de nuestra aflicción.

Hablar de aflicción es un tema que, naturalmente, preferimos evitar, ya que nadie desea estar en una situación de sufrimiento. Sin embargo, es importante detenernos a reflexionar: la Biblia nos enseña que es necesario que experimentemos aflicciones en esta vida (Juan 16:33, 1 Pedro 1:6). Aunque no las deseemos, es en las aflicciones donde muchas veces somos probados y donde la gracia de Dios se hace más evidente. ¿Por qué es necesario? La respuesta radica en que los designios y la voluntad de Dios son lo mejor y siempre buscan el bien de los creyentes (Romanos 8:28).

Aunque en el momento de la aflicción no comprendamos el propósito, podemos confiar en que, a través de ella, Dios nos moldea y nos prepara para su gloria. La aflicción no es un castigo, sino una oportunidad para crecer en fe y experimentar más profundamente la bondad y fidelidad de nuestro Señor. 2 Corintios 1:4 nos recuerda poderosamente el propósito redentor de las aflicciones que experimentamos como creyentes: conocer y experimentar el consuelo de Dios.

El apóstol Pablo, en su carta a los Corintios, nos explica que Dios, el “Padre de misericordias” y el “Dios de toda consolación”, no solo nos consuela en nuestros momentos de dolor, sino que también tiene un propósito más grande en mente: prepararnos para ser instrumentos de consuelo para otros. La aflicción, por difícil que sea, no es algo sin propósito en el plan de Dios.

Cuando pasamos por pruebas y sufrimientos, Dios no se aleja de nosotros, sino que se acerca para consolarnos, mostrándonos su compasión y su fidelidad. Este consuelo divino, lejos de ser solo un alivio temporal, tiene la profundidad de una verdadera relación de intimidad con el Creador. Es a través de estas experiencias de consuelo que aprendemos a conocer la presencia de Dios de una manera más real y personal. La Escritura nos asegura que “el consuelo de Dios” no es solo una promesa de alivio, sino también de transformación, ya que, a través de nuestro sufrimiento, Dios nos modela a la imagen de Cristo, el Consolador por excelencia fortalece la fe.

Sin embargo, el consuelo de Dios no termina en nosotros mismos. La bendición de ser consolados por Dios es que somos llamados a ser sus canales de consuelo para aquellos que atraviesan aflicciones similares. Como Pablo escribe en el mismo versículo: “para que también nosotros podamos consolar a los que están en cualquier aflicción, dándoles el consuelo con que nosotros mismos somos consolados por Dios.” (2 Corintios 1:4). De esta manera, nuestra experiencia de consuelo no solo busca nuestro bien
personal, nuestra salida y nuestra paz, sino que se convierte en un medio a través del cual Dios extiende
su misericordia y gracia a los demás.

Es crucial entender que Dios usa nuestras experiencias de dolor y sufrimiento como una herramienta para el ministerio cristiano, dándonos la capacidad de identificar y acompañar a otros en sus luchas. Esto no solo resalta la soberanía de Dios en todas las circunstancias, sino que también pone de manifiesto cómo, a través de nuestra debilidad, su poder se perfecciona (2 Corintios 12:9). El consuelo de Dios nos capacita para ser testigos vivos de su bondad y para llevar ese consuelo a nuestros hermanos en la fe y a un mundo que está lleno de aflicción.

Así, cuando pasamos por momentos difíciles, debemos recordar que no solo estamos siendo consolados para nuestra propia paz, sino también para ser instrumentos de esperanza y consuelo para aquellos que necesitan escuchar de la gracia que hemos recibido. El proceso de la aflicción, por tanto, se convierte en una vía divina para expandir el reino de Dios y reflejar la imagen de Cristo, quien en su propio sufrimiento se convirtió en el Consolador.

Que el consuelo de Dios llene tu vida en este momento y te dé la fortaleza para orar y acompañar a quienes atraviesan aflicciones. Que al igual que fuimos alcanzados por Su consuelo, puedas ser un reflejo llevando consuelo y esperanza a los corazones que lo necesitan.