De la serie: 2 Corintios | 📖 (2 Corintios 3:7-18) | | 🗣Nathan Díaz | Compartelo:
Segunda de Corintios, capítulo 3
Es donde estamos meditando en las verdades del nuevo pacto; eso es lo que Pablo ha estado desarrollando. Y el domingo pasado hablábamos de este contraste que hace Pablo entre la ley escrita en piedra y la ley escrita en corazones. La diferencia que existe cuando un mandamiento viene de afuera hacia adentro, cuando nos damos cuenta de que no podemos cumplir, cuando nos damos cuenta de que no podemos obedecer las demandas de la ley.
La diferencia que existe cuando un mandamiento viene de afuera hacia adentro, cuando nos damos cuenta que no podemos cumplir, cuando nos damos cuenta que no podemos obedecer con las demandas de la ley, y eso trae muerte. Trae muerte cuando nosotros queremos vivir de acuerdo a la voluntad de Dios en nuestras propias fuerzas y no miramos a Cristo primero, porque es a través de Cristo y es a través de la transformación de Su Espíritu —que es interna— que de hecho podemos vivir para Dios y que de hecho podemos tener vida.
Por eso es que el versículo 6 termina explicando nuestra suficiencia. Y la suficiencia, Pablo dice, como ministros del nuevo pacto, dice: “No de la letra, sino del Espíritu, porque la letra mata, pero el Espíritu da vida”. Y ese es donde estábamos, ese es el contexto del nuevo pacto que habíamos estado meditando. Y en realidad, lo que vamos a ver hoy es una continuación de lo que ya vimos el domingo pasado. Realmente no es un tema diferente, simplemente estamos desarrollando aún más, aquí junto con Pablo, qué es este ministerio del nuevo pacto.
Dice el versículo 7:
“Y si el ministerio de muerte, grabado con letras en piedras, fue con gloria, de tal manera que los israelitas no podían fijar la vista en el rostro de Moisés por causa de la gloria de su rostro, la cual se desvanecía, ¿cómo no será aún con más gloria el ministerio del Espíritu? Porque si el ministerio de condenación tiene gloria, mucho más abunda en gloria el ministerio de justicia, pues en verdad, lo que tenía gloria, en este caso no tiene gloria, por la razón de la gloria que lo sobrepasa. Porque si lo que se desvanece fue con gloria, mucho más es con gloria lo que permanece. Teniendo por tanto tal esperanza, hablamos con mucha franqueza, y no somos como Moisés que ponía un velo sobre su rostro para que los israelitas no fijaran su vista en el fin de aquello que había de desvanecerse. Pero el entendimiento de ellos se endureció, porque hasta el día de hoy, en la lectura del antiguo pacto, el mismo velo permanece sin alzarse, pues solo en Cristo es quitado. Y hasta el día de hoy, cada vez que se lee a Moisés, un velo está puesto sobre sus corazones. Pero cuando alguien se vuelve al Señor, el velo es quitado. Ahora bien, el Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor hay libertad. Pero todos nosotros, con el rostro descubierto, contemplando como en un espejo la gloria del Señor, estamos siendo transformados en la misma imagen de gloria en gloria, como por el Señor, el Espíritu.”
Gracias, Señor, por esta sección de Tu palabra y lo que nos comunica acerca de la gloria que ha sido revelada a nosotros, la gloria que es velada a aquellos que siguen buscando vivir bajo la ley. Te pedimos que podamos contemplar Tu gloria a través de las Escrituras hoy, viendo la hermosura de lo que está aquí. En nombre de Cristo Jesús.
Esto es un comentario que está haciendo Pablo sobre algunos pasajes de la historia que está en Éxodo. Entonces vayan conmigo, busquen en sus Biblias; vamos a hacer un pequeño recorrido de la historia que está citando Pablo, para que recuerden un poco del contexto.
Éxodo 24
Ya lo habíamos visto el domingo pasado. Hablamos un poco de esto: la manera en que Moisés expone la ley. Dice que Moisés, en el versículo 6, tomó la sangre, la puso en vasijas, la otra mitad sobre el altar, y tomó el Libro del Pacto, lo leyó a los oídos del pueblo, y ellos dijeron: “Todo lo que el Señor ha dicho haremos y obedeceremos”. Entonces Moisés tomó la sangre, la roció sobre el pueblo y dijo: “Esta es la sangre del pacto que el Señor ha hecho con ustedes, según todas estas palabras”. Y esta sangre representa la muerte, la muerte que viene a través de desobedecer el pacto, desobedecer la ley de Dios.
En el capítulo 32, Moisés ya ha recibido los diez mandamientos y va bajando con ellos, y se da cuenta de que este ruido que está escuchando es porque hay idolatría en el pueblo. En el versículo 19 dice que se encendió la ira de Moisés, arrojó las tablas de sus manos y las hizo pedazos al pie del monte. A continuación, Moisés se enoja, y luego viene también la ira de Dios, y empieza a verse cómo Moisés intercede por Israel para que Israel no sea destruido por su pecado. Les dice en el versículo 30: “Ustedes han cometido un gran pecado, y ahora yo voy a subir al Señor. Quizá pueda hacer expiación por su pecado”. Entonces va Moisés con el Señor y le dice: “Si es Tu voluntad, perdona su pecado, y si no, bórrame del libro que has escrito”.
En el capítulo 33 leemos que el Señor no va a destruir al pueblo, pero les advierte Dios al pueblo:
“Si por un momento Yo Me presentara en medio de ustedes, los destruiría. Ahora pues, quítense sus joyas para que Yo sepa qué he de hacer con ustedes”.
Y dice que, a partir del monte Horeb, los israelitas se despojaron de sus joyas. Moisés acostumbraba tomar la tienda y la levantaba fuera del campamento, a buena distancia de este, y la llamó “la tienda de reunión”. Dice el versículo 9 que, cuando Moisés entraba en la tienda, la columna de nube descendía y permanecía a la entrada de la tienda, y el Señor hablaba con Moisés. Y el versículo 11: “El Señor acostumbraba hablar con Moisés cara a cara, como habla un hombre con su amigo”.
Les estoy dando todo el contexto de hacia dónde va esta historia y cómo es que Pablo va a desarrollarla en 2 Corintios. Vean ahora en el capítulo 34 —bueno, perdón, en el capítulo 33, versículo 14—, Dios le promete a Moisés. Moisés quiere que Dios bendiga a Israel. Vean el versículo 14:
“Mi presencia irá contigo, Yo te daré descanso”, le contestó el Señor.
Después de que Moisés le dijo: “Te ruego que me hagas conocer Tus caminos para que yo Te conozca y halle gracia ante Tus ojos. Considera también que esta nación es Tu pueblo”. Moisés, después de que Dios le promete que Su presencia irá con él, le dice: “Si Tu presencia no va con nosotros, no nos hagas salir de aquí”. Y sigue desarrollando esta idea de la gloria, de la misericordia de Dios, de la compasión de Dios.
Pero vean en el capítulo 34:
Moisés hace una petición. En el versículo 5 dice: “El Señor descendió en la nube y estuvo allí con él, mientras este invocaba el nombre del Señor. Entonces pasó el Señor por delante de él y proclamó: ‘El Señor, el Señor Dios, compasivo y clemente, lento para la ira y abundante en misericordia y verdad, que guarda misericordia a millares, el que perdona la iniquidad, la transgresión y el pecado, que no tendrá por inocente al culpable, que castiga la iniquidad de los padres sobre los hijos y sobre los hijos de los hijos hasta la tercera y cuarta generación’”. Y dice que Moisés se apresuró a inclinarse a tierra y adoró, y dijo: “Si ahora, Señor, he hallado gracia ante Tus ojos, vaya ahora el Señor en medio de nosotros, aunque el pueblo sea terco. Perdona nuestra iniquidad y nuestro pecado, y tómanos por posesión Tuya”.
En el capítulo 34, más adelante, en el versículo 28, Moisés sube al monte y dice que Moisés estuvo allí con el Señor 40 días y 40 noches; no comió pan ni bebió agua, y escribió en las tablas las palabras del pacto, los diez mandamientos. Entonces, esta es la segunda versión de los diez mandamientos; la primera fue destruida por Moisés. Y en el versículo 29, aquí es donde comienza la narrativa a la que hace referencia Pablo, es el versículo 29 al 35. Dice:
“Cuando Moisés descendía del monte Sinaí, con las dos tablas del testimonio en su mano, al descender del monte, Moisés no sabía que la piel de su rostro resplandecía por haber hablado con Dios. Al ver Aarón y todos los israelitas que la piel del rostro de Moisés resplandecía, tuvieron temor de acercarse a él. Entonces Moisés los llamó, y Aarón y todos los jefes de la congregación regresaron a él, y Moisés les habló. Después se acercaron todos los israelitas, y él les mandó que hicieran todo lo que el Señor había hablado con él en el monte Sinaí. Cuando Moisés acabó de hablar con ellos, puso un velo sobre su rostro. Pero siempre que Moisés entraba a la presencia del Señor para hablar con Él, se quitaba el velo hasta que salía. Siempre que él salía, decía a los israelitas lo que el Señor les había ordenado. Los israelitas veían que la piel del rostro de Moisés resplandecía, y Moisés volvía a ponerse el velo sobre su rostro hasta que entraba a hablar con Dios.”
Entonces, ahí ya tienen todo el contexto de lo que Pablo está haciendo referencia en 2 Corintios. Básicamente, lo que va a estar contrastando Pablo son dos tipos de gloria. Una gloria que es la gloria de Moisés, con todo lo que estamos leyendo. Ustedes vieron en Éxodo cuántas veces se menciona la palabra “gloria”, “la gloria del Señor”, y la gloria del Señor se reflejaba sobre el rostro de Moisés; todos estos conceptos están ahí. Y la gloria, inclusive, que tenemos de este evento de los diez mandamientos, con los truenos, las nubes y toda la gloria que rodea el monte Sinaí en la presencia de Israel. Pero lo que Pablo quiere mostrarnos en este pasaje es que la gloria de Moisés es inferior a la gloria que viene a través de la predicación de Pablo. Entonces, todo lo que ustedes van a ver es lo que se llama un argumento a fortiori, o un argumento de menos a más: “Si esto es glorioso, esto es aún más glorioso”. Eso es lo que Pablo esencialmente está diciendo.
Ustedes conocen este simbolito “>” (mayor que). Eso es básicamente lo que está haciendo Pablo: mostrándonos cómo la gloria del nuevo pacto —lo que es profetizado en (Ezequiel 36:24-29)— es una gloria mayor que la gloria que se vio a través del rostro de Moisés, que necesitaba un velo, en (Éxodo 34:29-35).
¿Qué es gloria?
¿A qué nos referimos cuando decimos la palabra “gloria”? Porque muchos podemos imaginar algo, y es muy probable que relacionemos “gloria” con algo de la creación, algo glorioso para nosotros en este mundo. Todos nos asombramos, todos sentimos este sentido de asombro cuando algo hermoso está delante de nosotros, algo que nos impacta, y eso es lo que llamamos “gloria”. Pero esas glorias, las glorias de este mundo, son un reflejo de una gloria mayor, porque nosotros somos creación, somos criaturas. Dios es Creador, y la gloria del Creador es infinitamente suprema a la gloria que existe en todo lo que vemos y experimentamos en esta vida. Entonces, los placeres de esta vida, los gozos de esta vida, nos apuntan siempre a una gloria mayor. ¿Cuál es esa gloria? Esta es la gloria de la que estamos hablando: la gloria de Dios. Y la gloria de Dios, cuando decimos “gloria”, nos referimos a todo lo que hace que Dios sea Dios: Sus atributos, Su belleza, Su santidad; todo lo que involucra describir a Dios. A eso nos referimos con “gloria”. Y eso es lo que alguien que ha contemplado el nuevo pacto y el mensaje del Evangelio a través del nuevo pacto ha comenzado a ver, de una manera limitada todavía, pero ha comenzado a ver de qué se trata esa verdadera gloria de Dios. El Evangelio es la expresión de la gloria del Padre en la faz del Hijo, a través del Espíritu.
Así que aquí están los contrastes —los voy a mencionar—, y estos son los puntos que vamos a comparar:
- Moisés y su gloria a través de la ley terminan realmente en muerte, en condenación, se desvanece, crea temor, hay un endurecimiento a la luz de esta gloria, hay esclavitud y también una transformación (que es el último punto).
- La gloria de la que Pablo habla, la gloria que él predica, viene a través del Espíritu, no a través de la ley, y esa gloria trae vida, justicia, permanece, da valor, revela a Cristo, trae libertad y también transforma.
Vamos a contrastar estas dos columnas y tratar de entender los paralelos que hay.
- Muerte y vida
Esto ya lo vimos porque en el versículo 6, Pablo dijo “El Espíritu da vida” y “el ministerio de muerte, grabado con letras en piedras”. Es un ministerio de muerte que también tiene gloria, pero es de muerte porque solamente nos confronta con la ley moral de Dios. No nos da la capacidad de obedecer la ley, sino que simplemente nos dice “esto es lo que tienes que hacer”, y no podemos. Por lo tanto, trae muerte. Entonces Pablo dice: “Obviamente, la gloria del nuevo pacto, la gloria a través del Espíritu, es una gloria mayor porque trae vida.” - Condenación y justicia
El versículo 9 dice: “Porque si el ministerio de condenación tiene gloria, mucho más abunda en gloria el ministerio de justicia.” Entonces, por un lado tenemos “condenación” y, por el otro, “justicia”. Y claro, la condenación de la gloria de la ley se expresó —ya lo leímos en Éxodo— cuando Moisés bajó con las tablas y, al ver el pecado del pueblo, tres mil murieron a causa de esa desobediencia a la ley de Dios. Pero cuando encontramos la ley del nuevo pacto y la ley del Espíritu, la gloria del mensaje del Evangelio en nosotros, podemos pensar en lo que dice (Romanos 8:1): “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús…” Tenemos esta justicia de Dios a través del Espíritu que viene a nosotros. - Se desvanece y permanece
Otra cosa que sucede al comparar estas dos glorias es lo que menciona Pablo en el versículo 7: “…la gloria de su rostro, la cual se desvanecía.” Luego, en el versículo 11: “Porque si lo que se desvanece fue con gloria, mucho más es con gloria lo que permanece.” El contraste es algo que se desvanece en comparación con algo que permanece. La razón por la que se desvanece no es que la ley y los mandamientos dejen de ser, sino porque la manera en que ellos veían la gloria de Dios —con el velo— era una gloria intermitente; iba y venía Si estaba Moisés, podían ver la gloria; si se quitaba el velo, la veían; pero si se lo ponía, ya no la veían. Entonces, constantemente se desvanecía esa gloria porque Moisés se iba, luego regresaba, etcétera. Había un sentido de inestabilidad en la gloria que estaban viendo de parte de Dios.
Por el contrario, cuando hemos contemplado la gloria del nuevo pacto, tenemos una gloria que es permanente, que está constante, que cada vez que tú abres este libro y lees acerca del mensaje del Evangelio y de quién es Cristo, estás contemplando la gloria y no tiene que ser velada ni intermitente. Eso es lo que Pablo expresa: podemos contemplar la gloria del Evangelio constantemente, todos los días, sin necesidad de esperar a que alguien baje para reflejar esa gloria de vez en cuando.
- Temor y valor
A lo mejor ya pueden pensar no solo en la naturaleza de la gloria, sino en el efecto que produce en el pueblo de Dios. Constantemente, en Éxodo, la gloria de Dios produce temor en el pueblo, y debe hacerlo porque está viniendo a exponer su pecado. Eso es lo que pasa en É De hecho, cuando baja Moisés y ha estado contemplando la gloria de Dios, ellos ven ese reflejo de la gloria y él necesita un velo. El velo, de hecho, funciona como un acto de misericordia de parte de Moisés, una manera de evitar el juicio inmediato que vendría sobre ellos si siguieran expuestos a la gloria constantemente, porque esa gloria los consumiría en su pecado.
Por el otro lado, cuando contemplamos la gloria del nuevo pacto, vean lo que dice el versículo 12: “Teniendo por tanto tal esperanza, hablamos con mucha franqueza”. Otras traducciones dicen “con mucho valor”. Tenemos valor cuando predicamos la palabra de Dios, ¿por qué? Porque la gloria del nuevo pacto trae esperanza y transformación, lo cual nos da valor para predicarla. Mientras que Moisés a veces estaba con temor al expresar la gloria y los mandamientos al pueblo, sabiendo que no podían, que iban a fallar, el Evangelio del nuevo pacto transforma a través del poder del Espíritu y nos hace predicar con valor, porque hay esperanza de transformación desde adentro. No solo nos confronta con el pecado, sino que nos muestra la gracia de Dios, que si venimos a Él en arrepentimiento, podemos vivir para Él. Temor en un lado, valor en el otro.
- Endurecimiento y revelación
El versículo 14 y 15 dicen: “Pero el entendimiento de ellos se endureció, porque hasta el día de hoy, en la lectura del antiguo pacto, el mismo velo permanece sin alzarse, pues solo en Cristo es quitado. Y hasta el día de hoy, cada vez que se lee a Moisés, un velo está puesto sobre sus corazones. Pero cuando alguien se vuelve al Señor, el velo es quitado.” Eso describe la manera en que, en el tiempo de Pablo, los judíos leen la ley y, en vez de ser confrontados, se jactan en ella, pensando: “Yo soy fariseo, yo cumplo la ley, no soy mala persona; Dios debería estar contento conmigo.” Y Pablo dice que esto es como un velo. No ven la gloria que la ley está diseñada para revelar: que solo Cristo pudo cumplirla perfectamente. La gloria a la que apunta la ley es que, al ser confrontados con nuestra incapacidad de cumplirla, volteemos a ver a quien sí la cumplió por nosotros: Cristo.
Cuando los judíos leen estas cosas y, en vez de voltear a ver a Cristo, se voltean a ver a sí mismos, es como leer la Biblia con un velo puesto. No ven la gloria de Dios. Y uno se pregunta: “¿Cuándo quitaste el velo de delante de mi rostro, Señor? ¿Cuándo se volvió glorioso este mensaje para mí?” Para muchos quizá no es un momento específico, pero sí recordamos cuándo se vio este proceso de ver la Biblia no solo como reglas, sino como un tesoro. Versículo 16: “Cuando alguien se vuelve al Señor, el velo es quitado.” Cuando ves que la vida que Cristo vivió, Su muerte, Su resurrección, confirmaron que lo que Él hizo es suficiente para que seamos reconciliados con Dios, y ves esa realidad como un tesoro, el velo es quitado. Pero hay gente que lo lee y dice: “No veo nada interesante, reglas y genealogías. No me ayuda en nada, no tiene que ver con mi vida.” Es un velo, no ven la gloria de Dios en estas verdades.
Tal vez tú escuchas esto y dices: “Nada de lo que dices tiene sentido, hay cosas más importantes que estar aquí escuchando esto.” Pero nada más te invito a considerar que esto que describe Pablo puede ser la realidad que vives: simplemente no has visto la verdad de algo que está aquí. Y si se lo pides a Dios —“Señor, quítame este velo, no veo gloria, pero quiero verla”— Dios te quitará el velo. Si tú dices “Sí, Señor, quiero algo más profundo en mi vida, ver la trascendencia de mi existencia y de cómo me relaciono contigo. Quiero poder entender que no existo nada más para mí mismo, sino para mi Creador, y la gloria que hay en Él es la que quiero conocer”, pídeselo al Señor. Cuando Cristo es predicado, Dios obra a través del Espíritu para mostrar cuán asombrosamente gloriosa es la belleza de Cristo.
Leía a un puritano llamado Thomas Goodwin, que dice: “¿Es Cristo tan glorioso? ¿Qué será el cielo sino ver la gloria de Cristo? Si Dios hubiera creado mundos de gloriosas criaturas, nunca habrían podido expresar Su gloria como lo hace el Hijo. ¿Dónde está la gran comunión de gloria que habrá en el cielo? Está en ver la gloria de Cristo, quien es la imagen del Dios invisible, que es adorado. Es, por lo tanto, el ver a Cristo lo que forma el cielo. Uno diría que, si uno fuera arrojado a cualquier hoyo, si tuviera una grieta para ver a Cristo, sería suficiente cielo.” Esa es una descripción de lo que significa la gloria de Cristo a la luz de la eternidad. No venimos a Cristo principalmente para que se nos perdonen los pecados, ni para escapar del infierno, sino para contemplar la gloria de Dios en Cristo. Es la gloria suprema, la que existirá por toda la eternidad y se intensificará continuamente.
- Esclavitud y libertad
Otra cosa que muestra Pablo es este contraste. Versículo 17: “Ahora bien, el Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, hay libertad.” Esa palabra “Señor”, que es la que se usa constantemente para Dios, aquí está en referencia al Espí La Trinidad siempre está ahí. Dice que “donde está el Espíritu, hay libertad”. ¿Libertad de qué? (Ezequiel 36:24-29). El Espíritu pone la ley en nuestros corazones. Entonces la libertad a la que se refiere Pablo es la libertad de poder obedecer la ley. Sí puedes agradar a Dios, amar lo que Dios ama, odiar lo que Él odia, porque el Espíritu obra en ti. Esa es la verdadera libertad. Sin el Espíritu, no hay libertad; hay esclavitud, pensando que tú puedes y debes cumplir en tus propias fuerzas. Eso no es libertad; es esclavitud y produce frustración. Pero si vienes al Señor y dices: “Espíritu Santo, transformarme Tú, dame la libertad de poder obedecer y cumplir con tus mandamientos”, encontrarás la libertad para glorificar a Dios con tus buenas obras. - Transformación en ambos casos
El último contraste lo vemos en el versículo 18. Todas las comparaciones anteriores eran de opuestos, pero aquí hay algo similar: en Moisés sí hubo una transformación —moral y física— al contemplar la gloria de Dios. Y Pablo dice en el versículo 18: “Pero todos nosotros, con el rostro descubierto, contemplando como en un espejo la gloria del Señor, estamos siendo transformados en la misma imagen de gloria en gloria, como por el Señor, el Espíritu.” En Éxodo, Moisés entraba en la presencia de Dios sin velo y salía con el rostro resplandeciente; el pueblo se asombraba. Pablo explica que nosotros, cada vez que abrimos las Escrituras, estamos contemplando la gloria de Dios en Cristo. Y conforme la contemplamos, una y otra vez, esa gloria nos transforma de manera gradual, pero profunda, hasta la gloria final que experimentaremos. (Filipenses 3:20) habla de que nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde esperamos al Salvador, el Señor Jesucristo, quien transformará el cuerpo de nuestro estado de humillación en conformidad al cuerpo de Su gloria. Es una transformación moral y física que proviene de contemplar Su gloria.
“Siendo transformados” indica que es la gracia de Dios actuando. Es fuerza y gracia divinas desde fuera, hacia adentro. No invalida nuestros esfuerzos, sino que los hace posibles. Es una obra gradual y dramática a la vez. (Salmo 27:4) dice: “Una cosa he pedido al Señor, y esa buscaré: que habite yo en la casa del Señor todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura del Señor y para meditar en Su templo.” ¿Cuál es la gloria que anhela tu corazón? ¿Qué trae gozo y satisfacción a tu vida? ¿De qué se trata tu vida?
Existe un libro que habla de “lo que contemplas te transforma”. Contemplar es convertirse en aquello que contemplas. Entre más contemplas algo, más lo reflejas. El mundo compite por nuestra atención; cada cosa o hábito absorbente puede hacernos reflejar esa misma verdad en lugar de la gloria de Dios. ¿Qué contemplamos a lo largo del día? ¿Dónde está nuestro deleite? Dios nos invita, a través de este pasaje, a contemplarlo a Él. Solo en la medida en que contemplamos la gloria de Dios, reflejaremos esa gloria. El versículo 18 habla de “contemplando como en un espejo la gloria del Señor”. Ese espejo puede ser la Escritura, o podemos ser nosotros, reflejando la gloria. Así como Moisés era un espejo de la gloria de Dios, la gente debe poder vernos y decir: “Parece que has estado contemplando la gloria de Dios”. Y normalmente se ve en el fruto del Espíritu.
Ese es el propósito: cada vez que meditamos en Su palabra, se produce un reflejo de la gloria de Dios en nosotros. Hoy estamos aquí, y este es el reto: “Señor, muéstranos Tu gloria, porque queremos reflejarla al mundo que vive en oscuridad, con el rostro velado, pensando que no Te necesita y que no eres glorioso. Pero nosotros queremos ser instrumentos del mensaje del nuevo pacto para que ellos también Te conozcan y experimenten la gloria de conocerte.”
En nombre de Cristo Jesús. Amén.
Gracias, Señor, por Tu palabra y porque esta palabra nos confronta con los deseos de nuestro corazón, con los anhelos de nuestro corazón y con las cosas que Tú quieres hacer en nuestras vidas. Señor, es Tu gloria la que queremos contemplar, y es Tu gloria la que queremos reflejar a un mundo que vive en oscuridad, vive con el rostro velado, pensando que no Te necesita, pensando que no eres glorioso. Pero nosotros, Señor, queremos ser instrumentos del mensaje del nuevo pacto para que ellos también Te conozcan y experimenten la gloria de conocerte. En nombre de Cristo Jesús. Amén.