¿Qué pasa al morir?
De la serie: 2 Corintios | 📖 (2 Corintios 5:1-10) | | 🗣Nathan Díaz | Compartelo:
Bueno, comenzamos otro año como iglesia, y yo creo que todos ustedes experimentaron lo mismo: mensajes de WhatsApp por el Año Nuevo, de mucha gente diciendo “Feliz Año, bendiciones, que todos tus anhelos se cumplan y tus sueños este año, que Dios esté contigo y que haya salud en tu familia”. Ese es, en general, el deseo que la gente expresó cuando estábamos cambiando del 2024 al 2025.
Y yo entiendo que el sentir de esos mensajes es darnos ánimo en cuanto a lo que viene, en cuanto al futuro. Aquí estamos nosotros en la iglesia comenzando el año, y creo que Pablo también nos dice “ánimo”, pero Pablo lo dice con una perspectiva un poco diferente. Porque la manera de Pablo de animarnos es… diciéndonos: “Se van a morir. Nos vamos a morir, todos. Ánimo.”
Y así es como queremos empezar el año: pensando en la muerte, pensando en lo que significa morir, pensando en cuál es la realidad de nuestro estado ahorita, y cuál es la esperanza del futuro que Dios nos ha prometido como cristianos. Entonces, la vida cristiana siempre se vive a la luz de esta realidad: la muerte, lo temporal de esta vida, y las cosas eternas.
Estaba leyendo a un comentarista de temas sociales, y él decía que los jóvenes del 2020 son parte de la generación más educada de la historia, comenzando su educación más jóvenes que nunca, y se proyecta que permanezcan en la educación por más tiempo que nunca. Como hijos de padres mayores y ricos, con menos hermanos y más opciones de entretenimiento y tecnología, es probable que sean la generación de niños más entretenida y materialmente dotada de la historia. Es la realidad de los jóvenes que están viviendo ahorita, no pensando en la muerte, ni en las cosas que no conocemos —el misterio de qué pasa al morir—, no están pensando en eso porque, en general, se sienten bien, se sienten fuertes, y están llenos de cosas, cosas materiales y distracciones constantes.
Hay un sentido —y todos somos tentados a esto— de enfocarnos en lo inmediato, en lo que está sucediendo ahora, y perdemos la capacidad de ver más allá. Estamos tan rodeados de lo presente que no pensamos en las realidades profundas, que en realidad serían las realidades más saludables, en las que vamos a meditar hoy.
No sé cuántos de ustedes tienen un perro, pero nosotros tenemos un pastor alemán que se llama Lutero. Yo me doy cuenta de que él está consciente de la realidad, sí, pero no tiene ningún sentido acerca del futuro, ninguno. Cuando juegas con él, o lo alimentas, te das cuenta de que él solo está enfocado en el presente: “Quiero jugar, quiero comer, quiero dormir…” Siempre en el momento. Así son los animales. Nunca tienen una visión escatológica. Lamentablemente, muchas veces nosotros vivimos de la misma manera, como los animales.
Entonces, yo espero que podamos pensar en este gran misterio, que es la eternidad. Si esta vida es todo lo que hay… Había unos pilares que se habían construido —estaba leyendo sobre esto— en la conquista española, por la zona de Gibraltar, en donde consideraban que ya era el límite de lo que podían conquistar. Pusieron estos pilares con la frase en latín “Ne plus ultra”, “Nada más allá.” Luego llega Colón, 1492, y “Ah, no, sí, sí hay algo más allá.” Entonces quitaron el “Ne plus ultra” y dejaron solo “plus ultra” —“más allá.” Hay algo más allá de esta realidad. ¿Cómo nos mantenemos pensando así, plus ultra, “qué hay más allá”? ¿Cómo nos mantenemos sintiendo el peso de lo que sigue?
Estaba leyendo algo que Albert Mohler, el presidente del Seminario Bautista del Sur, comentaba acerca de la muerte. Decía que en su escritorio él tenía la réplica de un cráneo humano. A la gente se le hacía muy macabro cuando entraban a su oficina y veían el cráneo en el escritorio, y le preguntaban por qué lo tenía. Él explicó que había visto dibujos de algunos filósofos y teólogos de la era medieval que, de hecho, tenían cráneos, pero cráneos reales, en sus escritorios. Empezó a investigar por qué, y descubrió que ellos los tenían para recordar que la vida es corta en esta tierra. Les recordaba su mortalidad. Pensaban: “Este cráneo me va a inspirar a invertir mi tiempo sabiamente aquí.” Querían enfocarse en sus años limitados y su energía limitada, en la eternidad y en las cosas que de verdad importan.
Entonces, cuando fue Halloween, en octubre, estábamos en una tienda de manualidades, vi uno y me lo compré. Le dije a Evan: “Hay que ponerle aquí un versículo.” No lo hemos hecho todavía, pero queríamos poner el de Salmo 39:4-6:
“Señor, hazme saber mi fin,
y cuál es la medida de mis días,
para que yo sepa cuán efímero soy.
Tú has hecho mis días muy breves,
y mi existencia es como nada delante de Ti.
Ciertamente, todo hombre, aun en la plenitud de su vigor,
es solo un soplo.
Sí, como una sombra anda el hombre.
Ciertamente, en vano se afana,
acumula riquezas,
y no sabe quién las recogerá.”
No sé si todo eso quepa ahí, pero lo puse en mi escritorio para recordarme que, algún día, así voy a estar yo, y que esta vida es temporal.
Bueno, ¡feliz año!
Dice 2 Corintios 5:1:
“Porque sabemos que, si la tienda terrenal que es nuestra morada es destruida, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha por manos, eterna en los cielos. Pues, en verdad, en esta morada gemimos, anhelando ser vestidos con nuestra vitalidad, y, una vez vestidos, no seremos hallados desnudos. Porque asimismo, los que estamos en esta tienda gemimos, agobiados, pues no queremos ser desvestidos, sino vestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida. Y el que nos preparó para esto mismo es Dios, quien nos dio el Espíritu como garantía. Por tanto, animados siempre, y sabiendo que, mientras habitamos en el cuerpo, estamos ausentes del Señor, porque por fe andamos, no por vista. Pero cobramos ánimo y preferimos, más bien, estar ausentes del cuerpo y habitar con el Señor. Por eso, ya sea presentes o ausentes, ambicionamos agradar al Señor. Porque todos nosotros debemos comparecer ante el tribunal de Cristo, para que cada uno sea recompensado por sus hechos estando en el cuerpo, de acuerdo con lo que hizo, sea bueno o sea malo.”
Gracias, Señor, por Tu palabra. Ayúdanos a pensar en la profundidad y en la esperanza que hay aquí para nuestras vidas, como Tus hijos. Sabemos, Señor, que esta vida es temporal; ayúdanos a enfocarnos en las cosas eternas. En el nombre de Cristo Jesús. Amén.
Quiero mostrarles —porque ya se los he estado mostrando— que en estos primeros tres versículos tenemos una serie de contrastes. Esos contrastes pueden verse en dos imágenes que usa Pablo. Una es la imagen de una tienda y, en contraste, la imagen de un edificio. Ahí tenemos el primer contraste. El segundo, algo terrenal en contraste con algo que está en los cielos. El tercero, algo que es destruido en contraste con algo que es eterno. Luego, en la siguiente parte, encontramos que habla de ser vestidos o estar desnudos. Esa es la forma en que Pablo quiere contrastar las realidades de esta era con las realidades de la era venidera.
Pero ¿qué pasa en medio? ¿Qué pasa si yo muero y Cristo aún no ha regresado? ¿Qué pasa si Cristo regresa y todavía estoy vivo? ¿Qué pasa entonces? Son preguntas que Pablo aborda. Y también, cómo vivimos nuestra realidad aquí y ahora, en este mundo caído: ¿qué significa este cuerpo, para qué es?
Para aclarar todo esto, empiezo con la analogía de la tienda y el edificio. Le dije a Ian que le pidiera a la inteligencia artificial que hiciera una imagen de una tienda que se va desgastando, porque esa es la imagen que Pablo quiere en nuestra cabeza. Estoy seguro de que tu imaginación es mejor, pero siempre es interesante ver lo que sale. Esta tienda se está desgastando, consumiendo, y, por naturaleza, es temporal. Todos experimentamos ese desgaste. Este cuerpo no funciona como debería. A mí me anima cuando escucho que gente 20 años más joven que yo se queja de cosas que les duelen. Ah, bueno, entonces no estoy tan mal. O mis hijos, cuando dicen “Ay, es que estoy adolorido,” y les digo “denle 20 años más.”
La manera en que pensé estructurar este pasaje es que Pablo tiene preferencias: describe lo que más le gustaría y lo que menos le gusta. En realidad, describe cuatro estados posibles en los que podemos existir. El primero de esos estados es lo que llamo opción número uno, la mejor de todas:
- Versículo 4:
“Porque asimismo, los que estamos en esta tienda gemimos, agobiados, pues no queremos ser desvestidos, sino vestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida.”
Entonces, la primera opción —y esto es lo que Pablo prefiere— es: a mí me gustaría que esta idea de tienda y edificio (esa es la imagen que está poniendo) sea algo que ocurra sin que pase la muerte física. Acuérdense de que Pablo era constructor de tiendas, así que es una analogía muy natural para él. Piensa en una tienda de campaña, que, por naturaleza, siempre es algo temporal. ¿Quién de aquí vive permanentemente en una casa de campaña? Nadie, todos tienen una casa de tabiques, de cemento, estructuralmente fija y permanente. Si estamos en una tienda de campaña, probablemente es solo por una o dos noches, es un lugar temporal, una morada temporal.
Esa es la idea que Pablo quiere que tengamos de nuestro cuerpo: esto es solamente como una tienda de campaña, no es la residencia final y permanente. Probablemente también está pensando en la idea del “tabernáculo” en contraste con el “templo,” donde el tabernáculo se movía, se desarmaba y se armaba, pero el templo era un edificio fijo, permanente, representación de dónde Dios estaría con Su pueblo.
Entonces, esa idea de tienda y edificio implica que en la tienda gemimos, porque no estamos funcionando como deberíamos. Es la misma idea de Romanos 8:19: “El anhelo profundo de la creación es aguardar ansiosamente la revelación de los hijos de Dios, porque la creación fue sometida a vanidad no de su propia voluntad…” y así sigue hasta decir que toda la creación gime y sufre dolores de parto. El mundo no funciona como debería, pero no solo la creación, sino que nosotros también —que tenemos las primicias del Espíritu— gemimos aguardando ansiosamente la adopción como hijos, la redención de nuestro cuerpo.
Esa es nuestra realidad presente. Pero ¿cómo se va a ver la transición de “tienda” a “edificio”? Bueno, si Jesús regresa cuando todavía estamos vivos, sucedería —dice Pablo— que seremos “sobrev(i)estidos.” Ya estamos vestidos (en este cuerpo), pero si llega Cristo y seguimos vivos, este cuerpo pasará por un tipo de transformación sin que pasemos por el estado de “desnudos” (sin cuerpo). Pasaríamos directamente de estar “vestidos” a estar “supervestidos.” También lo describe como pasar de lo “mortal” a la “vida.” Y cuando dice vida, se refiere a vida eterna: “mortal” es temporal, podemos morir; “vida eterna” implica que ya no podemos morir.
Esto es lo que describe en 1 Corintios 15 (ya lo estudiamos): “La carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni lo que se corrompe hereda lo incorruptible. He aquí, les digo un misterio: no todos dormiremos, pero todos seremos transformados, en un abrir y cerrar de ojos, a la trompeta final…” También en Filipenses 3:20: “Nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde esperamos a nuestro Salvador, el Señor Jesucristo, el cual transformará el cuerpo de nuestro estado de humillación en conformidad al cuerpo de Su gloria.” Y la promesa de Isaías 25:8: “Él destruirá la muerte para siempre; el Señor enjugará las lágrimas de todos los rostros.”
Esto es lo que Pablo prefiere, su opción número uno. Por eso dice: “No queremos ser desvestidos.” ¿A quién le gustaría no tener que morir físicamente? Creo que todos preferimos eso. Pablo está consciente: “Yo preferiría no morir, no ver la muerte; simplemente ser transformado.”
Pero, hay todavía tres opciones más de cómo podemos estar. Número dos.
Dice: “Ok, estos primeros tres versículos describen esta transformación. Y dice que, de todas maneras, sea como sea, vamos a ser glorificados. Y eso es para la mayoría de cristianos, sí vamos a ver la muerte. Para la mayoría de cristianos, sí vamos a experimentar la muerte física. Pero, todos sabemos que Jesús va a regresar nuevamente. Como cristianos sabemos esto. Y cuando Jesús regrese nuevamente, esto es lo que comúnmente conocemos como el rapto de la iglesia. 1 Tesalonicenses 4:16: El arcángel de Dios, con trompeta de Dios. Los muertos en Cristo resucitarán primero. Pero nosotros, los que hayamos quedado, también seremos transformados. Nos reuniremos con Él, en el aire, en las nubes. Y en ese momento somos transformados. Pero eso es para todos. Los que hayan muerto, los que estén vivos. De todas maneras, todos seremos glorificados en la resurrección. una casa no hecha por manos. Eso es un cuerpo no hecho por manos, sino un cuerpo eterno en los cielos. Este es el destino final.
Entonces, la analogía es: es un edificio, ahora sí es permanente, y es ‘ser vestidos’. Es nuestro estado final. Entonces, cuando pensamos en el cielo, cuando pensamos en lo que vamos a ver en un momento, en el estado intermedio, tenemos que pensar: eso no es nuestro estado final. Lo que pasa cuando tú mueres hoy, si tú mueres hoy, no es tu estado final. Este es tu estado final. Y esto sucederá cuando Cristo regrese nuevamente.
Entonces, Pablo está ansioso acerca de esto; lo pueden ver en el texto. O sea, dice: “Sabemos que la tienda terrenal, que es nuestra morada, si es destruida, tenemos un edificio. Una casa no hecha por manos, eterna en los cielos. Y anhelamos ser vestidos con nuestra habitación celestial. Y, una vez vestidos, no seremos hallados desnudos.” Entonces, estaba pensando en cómo es que acabamos de pasar la temporada navideña y, especialmente para los niños —cuando yo era niño me acuerdo de que la Navidad era mi época favorita del año—, y la verdad es que la razón principal por la que era mi época favorita es porque me daban muchos regalos. Y entonces, siempre esta anticipación de “¿Qué me van a dar este año?, ¿qué me van a dar este año?”. Y estoy seguro de que esto que ya le dije a mis papás que quería probablemente es lo que me van a dar. Entonces creas esta anticipación, y “¿Cuándo voy a abrir los regalos?, ¿cuándo voy a abrir los regalos?”. Y la noche antes es la peor de todas, porque ya quería que fuera de mañana para poder ver qué es lo que me iban a dar, qué es lo que me había traído Santa Cruz —nada más dije eso por si había niños aquí—. Esa anticipación de “ya quiero abrir mi regalo” es la anticipación de un nuevo cuerpo para Pablo. ¿Lo sienten? Sienten ese gozo en él: “¡Ya quiero! Ya quiero saber cómo va a ser tener un nuevo cuerpo.” Esa es la meta, ese es el anhelo principal de todo cristiano: experimentar un regalo que Dios tiene preparado para nosotros cuando Él regrese nuevamente.
Y la opción número 3, la encontramos en los versículos 8 y 9, especialmente explicada en los versículos 8 y 9, cuando dice: “Cobramos ánimo y preferimos más bien estar ausentes del cuerpo y habitar con el Señor. Por eso, ya sea presentes o ausentes, ambicionamos agradar al Señor.” Entonces, ¿qué es lo que está diciendo Pablo aquí? Bueno, mi tercera opción que prefiero es sí estar desnudo, aunque sea no tener este cuerpo, pero el no estar en este cuerpo representa una realidad que ahorita no estoy experimentando como la voy a experimentar, que es “estar presente con el Señor.” Entonces, la idea es “alma sin cuerpo.” Si tú mueres hoy, si yo muero hoy, esta es la realidad que vamos a enfrentar. No vamos a tener nuestro cuerpo físico. Esto es lo que encontramos en Apocalipsis 6:9, “Las almas de los que han sido muertos por su testimonio en la tierra están delante del trono diciendo: ‘¿Hasta cuándo, Señor, vengarás nuestra sangre?’”, y hay algún sentido descrito en Apocalipsis 6 de conciencia. Apocalipsis 20:4, creo que describe la misma realidad: las almas están reinando sobre tronos juntamente con Cristo, pero son almas, no tienen un cuerpo. Esto es lo que Pablo describe como estar “desnudos.”
Y creo que esto contesta una pregunta que surge comúnmente, que es: hay algunos que tienen una teología del “sueño del alma” (creo que así le llaman), que es que el alma duerme hasta que venga la resurrección. Pero entonces la idea es que estamos inconscientes mientras no tenemos cuerpo. Pero creo que la Biblia nos muestra una realidad diferente a esa. Creo que la Biblia nos muestra que sí estamos conscientes en la presencia del Señor, porque Pablo claramente está diciendo que “es mejor estar ausente en el cuerpo y presente con el Señor,” y yo no puedo ver cómo es que estar inconscientes es mejor que estar consciente, porque ahorita estoy consciente. Y si es mejor estar presente con el Señor, y estar presente con el Señor involucra estar inconsciente, pues no, prefiero ahorita entonces. Pero creo que Pablo está diciendo: “No, sí, la realidad de lo que nos espera es una conciencia de una mayor cercanía y una mayor intimidad con Dios. No hay purgatorio, no hay ningún lugar donde tengas que pagar por pecados no arrepentidos antes de presentarte delante de Dios; en ningún lugar encontramos eso en la Biblia. Encontramos esta inmediatez,” y Pablo la describe: es decir, “Si no estás en el cuerpo, ¿dónde estás? Presente con el Señor. Presente con el Señor.” Esta es una realidad, una promesa, y una esperanza para todo cristiano y para cada funeral que celebramos (y digo “celebramos” porque sí es una celebración cuando es un funeral cristiano). Celebramos con toda seguridad: “Él está presente con el Señor, ella está presente con el Señor. ¿Por qué? Porque está ausente en el cuerpo.”
¿Qué tanto anhelamos este siguiente paso en nuestra cercanía con Dios, estar más conscientes de la gloria de Dios? En un momento vamos a ver más sobre cómo lo describe Pablo en los versículos 5 y 6. Pero, ¿anhelamos mayor intimidad con Dios? ¿Anhelamos esta verdad? Vean lo que dice Pablo en Filipenses 1:20: “Para mí, el vivir es Cristo y el morir es ganancia. Si el vivir en la carne significa para mí una labor fructífera, entonces no sé cuál escoger, porque de ambos lados me siento apremiado, teniendo el deseo de partir y estar con Cristo, que —dice— es mucho mejor, mejor que esta vida, lo que sí es mejor que lo que tú tienes ahora, sea lo que sea que tengas.”
Estaba leyendo sobre una niña que le escribió a un pastor —a su pastor—, una niña de nueve años, y le dice en la carta: “Pastor, quiero ir al cielo algún día, tarde o temprano. Pero mejor tarde que temprano. Mejor tarde que temprano.” No pierdan el énfasis de Pablo aquí: ¿Qué está diciendo Pablo? “Yo no quiero una vida larga, yo no quiero ser longevo, yo no quiero alargar esto innecesariamente. Sin embargo, si me voy, es mucho mejor.” Y yo me acuerdo de lo que decía mi papá, y también mi mamá lo dijo, y en algún sentido todos los que somos cristianos deberíamos sentirnos así: “No se desgasten tratando de alargar mi vida si ya estoy en el hospital, en cuidados intensivos, si me están tratando de mantener vivo, ya estás en coma, ya no sabes…” Y es increíble cuánto esfuerzo, y más entre cristianos, hay en mantener a alguien vivo: “No, no se puede morir, no se puede morir.” Y entiendes, desde este lado, claro, porque no queremos perder a un ser querido; pero, o sea, les digo a mi familia: “Pues ya, si ven que ya no estoy funcionando bien, déjenme. Tarde o temprano me voy a morir. ¿Cuál es nuestro afán de alargar y gemir en la vida presente? ¿Cuál es nuestro afán?” Pablo está seguro de que es mejor, eso es lo que él quiere. “No, no… si me dan la opción de vivir cinco años más o diez años más, prefiero cinco años menos.” Pero nosotros normalmente pensamos como esa niña que le escribió al pastor: “Mejor tarde que temprano. Sí, sí quiero ir al cielo, pero no tan pronto, Señor.”
Y creo que este sentir que debe haber en nuestro corazón lo refleja bien C. S. Lewis cuando escribe: “Ha habido momentos en los que creo que no deseamos el cielo, pero más a menudo me encuentro preguntándome si, en el fondo de nuestros corazones, alguna vez hemos deseado algo más. Es la firma secreta de cada alma, el deseo incomunicable y que no se puede apaciguar, lo que deseamos antes de conocer a nuestras esposas, o hacer amigos, o elegir nuestro trabajo, y que todavía desearemos en nuestros lechos de muerte, cuando la mente ya no conozca a su esposa, amigo o trabajo.” No es que Pablo no disfrute de su comunión con Cristo ahora —todos la disfrutamos ahora, porque ya empezó y tenemos algo con el Señor—, pero estamos conscientes de que, cuando Pablo dice “es mejor estar ausente en el cuerpo y presente con el Señor,” está hablando de una realidad espacial, del espacio que habitamos, no espiritual. No es que ahorita no tengamos comunión con el Señor, sí la tenemos, sino que esta relación espiritual se va a intensificar y vamos a poder ver aún más glorias de Dios de las que hemos experimentado en esta vida. Y anhelamos eso, esa intensificación.
Entonces, esta es la realidad de lo que Pablo quiere que sintamos cuando dice: “Cobramos ánimo. Ánimo, hermanos. Nos vamos a morir. Ánimo. ¿No quieren ya morir?” Bueno, si Dios quiere que siga aquí, está bien; voy a seguir trabajando para Él. Por eso dice: “Ya sea presentes o ausentes, ambicionamos agradar al Señor. Bueno, Señor, úsame donde esté. Pero, honestamente, prefiero ya estar contigo, es una manera en que todavía no te he conocido en esta vida.”
Así que, opción número cuatro, la peor de todas. Es la que menos prefiere Pablo de todas las opciones: esta vida, la era presente. Eso es lo que describen los versículos 5 al 7: “El que nos preparó para esto mismo es Dios, quien nos dio el Espíritu como garantía.” Entonces, número uno, dice que en esta vida, por lo menos, tenemos la garantía del futuro, y esa garantía del futuro se llama el Espíritu Santo. Efesios 1:13 dice: “En Él también ustedes, después de escuchar el mensaje de la verdad, el evangelio de su salvación, y habiendo creído, fueron sellados en Él con el Espíritu Santo de la promesa, que nos es dado como garantía de nuestra herencia, con miras a la redención de la posesión adquirida de Dios, para alabanza de Su gloria.” Esta palabra, “garantía,” es la misma palabra en griego que se usa para la idea de un anillo de compromiso, la garantía, el compromiso de Dios con nosotros. Sí, la boda va a suceder; tienes un anillo de compromiso. Eso es una realidad que Dios nos está prometiendo para el futuro. Así que esta vida tiene una garantía, y así vivimos pensando en cuál es la garantía de lo que viene.
¿Haciendo qué? Versículo 6: “Por tanto, animados siempre…” (y vean cuántas veces dice Pablo en este pasaje ‘animados,’ desde el capítulo anterior: ‘por tanto, animados siempre’) “…y sabiendo que, mientras habitamos en el cuerpo, estamos ausentes del Señor.” Entonces, aquí describe esa realidad: podemos describir nuestra realidad presente como “ausentes del Señor” (otra vez, espacial, no espiritual; estamos en el Señor, pero aquí no es lo mismo), y el versículo 7 funciona para describir el versículo 6, porque dice: “Porque por fe andamos, no por vista,” lo que significa que estar en este cuerpo es andar por fe. Estamos creyendo en algo que no vemos, no sabemos cómo es estar presente con el Señor, pero confiamos en que esto es real, y estamos andando por fe, no por vista. Pero cuando estemos ausentes en el cuerpo y presentes con el Señor, ya no vamos a andar por fe; ahora ya vamos a ver esa realidad que, ahorita, solamente era la confianza que tenemos en las promesas de Dios por fe. Es decir, un día sí vamos a ver. Cuando estemos presentes con el Señor, la realidad visual, la realidad de nuestro entorno, va a ser una realidad en la presencia de Dios, Su gloria, que ahorita no podemos ver.
¿Sí? Entonces, andando por fe es viéndolo eterno. Y esto nos recuerda lo que ya estudiamos en 2 Corintios 4:17: “Esta aflicción leve y pasajera nos produce un eterno peso de gloria que sobrepasa toda comparación, al no poner nuestra vista en las cosas que se ven, sino en las que no se ven, porque las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas.” Pero cuando estemos ausentes en el cuerpo, sí las veremos, las cosas eternas.
Entonces, “Preferencias, Señor: prefiero…” Como dice Adolf Monod, estaba leyendo una frase de él que decía: “Las aflicciones… ¿qué prefiero, las aflicciones de la vida, de las cuales la muerte me liberaría, o los terrores de la muerte, de los cuales la vida me preserva?” ¿Cuál de los dos prefiero? Pues me gustaría que Jesús regresara y todos estemos vivos. Muchos, a lo mejor, no tememos a la muerte tanto como tememos la manera en que podríamos morir (pensarse morir ahogado, morir quemado, morir en muchas situaciones que no me gustaría experimentar). Puede ser que así sea, pero preferiríamos una muerte rápida, si es posible; pero, sobre todas las cosas, preferiría no tener que morir y que el Señor regresara. Probablemente la mayoría de cristianos, así como la mayoría de cristianos históricos, no va a pasar eso, entonces sí vamos a morir. Y esa es mi segunda esperanza: “Señor, aunque yo muera, sé que Tú vas a regresar y voy a tener un cuerpo resucitado.” Pero mientras —tercera opción— sé que estoy presente contigo si estoy ausente en el cuerpo, y eso sé que es mejor que lo que estoy viviendo ahora.
Pero mientras tanto, aquí estamos, y nos vamos a enfermar, y vamos a experimentar toda clase de aflicción y dolor y persecución y discriminación y conflictos y toda clase de problemas… Bueno, pero es temporal, va a pasar muy rápido. Como leíamos en el Salmo 39, es como un soplo. O como describe Santiago, somos como una neblina que un momento está allí y luego ya no está. Entonces, siempre que hay algo que nos desanima en esta vida, pensamos: “Bueno, es temporal, es temporal.”
Lo cual nos lleva al último versículo de este pasaje, el versículo 10: “Porque todos nosotros debemos comparecer ante el tribunal de Cristo, para que cada uno sea recompensado por sus hechos estando en el cuerpo, de acuerdo con lo que hizo, sea bueno o sea malo.” Ahora, no es nada más que vamos a ser resucitados en el día final; hay otra capa más, por si eso no fuera suficiente. Lo que Pablo está mencionando aquí es que podemos esperar recompensas. Dios todavía va a agregar más cosas sobre un cuerpo glorificado, todavía nos va a dar algún tipo de recompensa como cristianos por nuestro servicio en el reino de Dios, por la forma en que buscamos honrarlo con nuestras vidas, examinando nuestras motivaciones. Y les recuerdo, esto ya lo habíamos estudiado en 1 Corintios 3 (versículos 10 al 18). Pero quiero que vean el versículo 11: “Pues nadie puede poner otro fundamento que el que ya está puesto, el cual es Jesucristo. Ahora bien, si sobre este fundamento alguien edifica con oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, paja, la obra de cada uno se hará evidente, porque el día la dará a conocer, pues con fuego será revelada, y el fuego mismo probará la calidad de la obra de cada uno. Si permanece la obra de alguien que ha edificado sobre el fundamento, recibirá recompensa; si la obra de alguien es consumida por el fuego, sufrirá pérdida, sin embargo él será salvo, aunque así como a través del fuego.” Entonces, ya lo vimos en 1 Corintios, hay algo que todavía nos espera, no nada más un cuerpo glorificado, sino lo que Pablo llama aquí “el tribunal de Cristo.” Pablo estaría muy familiarizado con esto; unos cuatro años antes de escribirlo, experimentó el tribunal de Galión en Hechos 18, y hay esta idea de ser evaluado justamente.
¿O, más bien, quiénes seremos evaluados, de acuerdo con este pasaje? Somos los cristianos, los que seremos evaluados. Lo que ya leímos en 1 Corintios 3: ¿cuál es la naturaleza de esta evaluación? ¿Es para decidir si somos salvos o no? No, tranquilos, no es que en ese momento Dios vaya a decidir si somos salvos —eso es una evaluación de nuestras obras—, pero Romanos 8:1 dice “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús.” No hay condenación, pero nuestras obras serán evaluadas. Como leemos en Mateo 25, la parábola que dio Jesús sobre esta realidad: a uno le dio cinco talentos, a otro dos, a otro uno, a cada uno conforme a su capacidad y se fue de viaje. Entonces, todo se nos ha dado algo para poder servir al Señor; de eso se trataba la obra de Navidad este año, pero eso nos fue dado. Imagínense, a ti se te fue dado, con lo cual te será recompensado. Es decir, todas las recompensas son de gracia, no son méritos nuestros tampoco. No es que “nos las ganamos,” porque al final ¿quién nos dio esos talentos? Dios. “¿Cómo los usaste? ¿Cómo los usaste para el reino?” Después de mucho tiempo, vino el Señor de aquellos siervos y arregló cuentas con ellos. Su Señor les dijo: “Bien, siervo bueno y fiel. En lo poco fuiste fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu Señor.” Cuando aparezca el Príncipe de los Pastores, ustedes recibirán la “corona inmarcesible de gloria.” Esto es el tribunal de Cristo, las recompensas que recibiremos… de gracia.
Hay un libro que se llama Escatología Práctica, y hay unas buenas cosas ahí. Les voy a leer algo porque hay una sección sobre las recompensas en ese libro; aquí, de hecho, voy a leerles algo que estoy citando de otros, entonces ni siquiera es mío. Hermann Bavinck, en su libro de Dogmática Reformada, dice: “Si hubiéramos hecho todo lo que se supone que teníamos que hacer, aun seríamos siervos indignos que dieron al Maestro más problemas que ganancias. Pero, ahora, ni eso siquiera es el caso; ahora que las personas más santas solo tienen un pequeño comienzo de obediencia perfecta, ahora que aún sus mejores obras son defectuosas e impuras y le deben a Él todo lo que son, tienen y hacen como creyentes, por la gracia de Dios, ahora todas las nociones que tengan de recompensa o de mérito están fuera de la discusión. ¿Qué hijo de Dios tendría la audacia de dejar que tal idea, al surgir, la exprese ante Su tribunal? Sin embargo, la situación es muy diferente si Dios, de Su parte, quiere ilustrar la salvación y la gloria que Él desea dar a Sus hijos usando imágenes de salario y recompensa; esto es de hecho lo que hacen las Escrituras. Él hace esto para motivar, animar y consolar a Sus hijos, quienes, siendo hijos, ya son herederos. La herencia que está guardada para nosotros en el cielo no es un salario pagado a empleados en proporción a lo que han ganado, sino una recompensa que el Padre en el cielo da a Sus hijos por pura gracia. Esa recompensa es uno de los muchos incentivos para la conducta moral; no es una regla ni una ley, porque viene solamente de la voluntad de Dios, por gracia.”
Y una de las preguntas que surge entonces: ¿No va a ser parejo? ¿En el cielo… no es una utopía socialista donde a todos les toca lo mismo? “¿Voy a voltear y decir, ‘Ay, y por qué?’ O sea, yo lo vi, él no trabajó como yo…?” ¿Habrá ese sentimiento? Sam Storms, en su comentario de 2 Corintios, dice: “Casi todo lo que hay en la vida… no es nada, casi nada te traerá más gozo en el cielo que ver a otros santos con recompensas mayores que tú, experimentando más gloria que tú y con más autoridad concedida que a ti. No habrá más celos ni orgullo que alimenten competitividad malsana. No habrá avaricia para energizar tu carrera de obtener más que los demás. Entonces, te deleitarás solamente en el deleite de otros; sus logros serán tu mayor gozo, su éxito será tu mayor felicidad. Te gozarás en verdad con los que se gozan. La envidia viene de la carencia, pero en el cielo no hay carencia; los deseos que puedan llegar a surgir son satisfechos. Entonces nuestro gozo está en el gozo de los demás: ‘Qué bueno que le des más a Alfredo que a mí.’” Hermanos, esa es la carrera que estamos corriendo. Por eso dice Pablo: “Nos animamos, nos animamos,” porque viene la muerte, y porque viene un cuerpo glorificado, y porque después de eso vienen recompensas. Yo creo que estas recompensas tienen que ver con la manera en que disfrutamos la gloria de Dios, la intensidad de poder disfrutar y contemplar la gloria de Dios, que simplemente va a incrementarse día tras día por millones de millones de años.
Si empezamos el año así, recordemos: “El aguijón de la muerte es el pecado y el poder del pecado es la ley, pero gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria.” Amados hermanos, estén firmes, constantes, abundando siempre en la obra del Señor, sabiendo que su trabajo en el Señor no es en vano.